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En busca de Salvador Toscano por José María Muriá (Parte II)
Texto publicado por el Comité para la Conmemoración de los Cien Años del Cine Mexicano, Guadalajara, Jal. 1997. (hipertexto)
En el trayecto, su afición por saber del mundo lo había llevado a formar una apreciable colección filatélica que, si bien muestra su capacidad de ser paciente y cuidadoso, lo que más representa aquí es la explicación de dónde salen los dineritos para dar el enganche de su primer equipo de cine, pues de otro modo le hubiera resultado imposible con el escuálido sueldo que le empezó a pagar la Secretaría de Comunicaciones.

Comoquiera, no hay que menospreciar este empleo oficial que le hacía ir de un lado para otro. Finalmente, Toscano Barragán contraponía a su faceta de coleccionista sedentario y soñador, una pata de perro incansable. Por eso, cuando se decidió a cambiar el teodolito por el cinematógrafo, muy lejos estaría de permanecer sosiego, antes bien se convirtió enseguida en un auténtico cineasta de la legua.

La metamorfosis se produjo casi de inmediato a la adquisición, fiada como buen mexicano, de la flamante criatura que le enviaron desde París. Sólo un par de sedes en la ciudad de México y a recorrer la patria exhibiendo a diestra y siniestra películas traídas de fuera y, pronto, una que otra filmada por él mismo. Puebla, Guanajuato, Morelia, Guadalajara hasta Chihuahua fue a dar en sus primeras giras.

Más tarde -no podía faltar- cuando tuvo con qué, emprendió el viaje a Francia donde se la pasó viendo películas en vez de emular a sus coetáneos y perseguir cocottes. La excusa de su visita fue la Exposición Universal de 1900, la razón verdadera: aprender y conocer gente de cine. Lo cierto es que no le fue muy bien con los capos franceses de la industria de entonces, pero de cualquier manera cuando regresa a México, previa pasadita por España, viene abastecido de experiencias, películas, ideas y un respaldo económico para reemprender sus actividades. El insiste en su preferencia por mostrar escenas de todo el mundo, mas no deja de aprovechar, como quien no quiere la cosa, el registro de aquellas cuestiones ,ás íntimas, tal fue el caso, por ejemplo, en 1906, de las famosas "Fiestas de Zapotlán el Grande" que habían formado parte de su vida pueblerina un cuarto de siglo atrás.

Fue precisamente en ese año de 1906, después de abrir el Salón Rojo en la ciudad de México y el Salón Pathé en Puebla, cuando se instaló un tiempo en Guadalajara.

"Ya me tienes aquí, en nuestra tierra", le dice a su madre al escribirle sobre el éxito alcanzado en el cine Olimpia, sito muy cerca de la Catedral.

Por cierto que también le dice algo que debemos tener presente para penetrar en el ánimo de doña Refugio Barragán.

"Para que se te quite la mala idea que tenías de Guadalajara en cuanto a espectáculos, te diré que ayer, domingo, hobo toros, que hicieron $2,500 pesos de entrada, títeres del Apolo, $620.00, Zarzuela en el Principal $900.00 y sin embargo nosotros hicimos, como te dije $620.00

La verdad es que el Olimpia fue "totalmente transformado" en lo que él mismo llamó "gran museo de diversiones, a semejanza de los que existen en Europa y Estados Unidos". Había en el teatro, salón de patinar, salón de refrescos, salón de estereoscopios, para "apreciar con todo su relieve edificios y paisajes", máquinas automáticas para que el público pueda "medir su peso, su fuerza, su potencia electrónica, ver vistas, saber su buena ventura, comprar tarjetas postales, botones, etc.". Asimismo, tenía a orgullo que en su iluminación se emplearan "más de trescientos focos incandescentes".

Su condición de trotapaís y su vocación de reportero le permiten percibir, antes que la mayoría, que el Porfiriato agoniza, y aunque sus exhibiciones todavía se refieren mayormente a sucesos foráneos, cada vez invierte más tiempo en filmar y proyectar acaeceres de México.

Atento a la vida, percibe el fraude electoral de 1910 y vaticina un próximo descalabro del régimen. Mas como cualquier mexicano acepta la tregua para celebrar con bombo y platillo el primer centenario de la proclamación de la Independencia, a cuya filmación se dedica en cuerpo y alma. Pero tampoco se pierde la gélida y desconfiada última retoma de posesión del presidente Díaz, el 1 de diciembre de 1910, en un ambiente que califica para su madre de "paz casi sepulcral".

"La procesión parecía entierro, pocos curiosos relativamente y sólo de cuando en cuando algunos aplausos de extranjeros que irrumpían el glaciar silencio. En la cámara no dejaban entrar sino con rigurosa invitación"

Al igual que a muchos ciudadanos, a Salvador Toscano le ocurre en este momento que se acrecienta sobremanera su interés por lo nacional y el ingeniero, periodista y cineasta tapatío, mexicano al fín y al cabo, con su pesado equipo a cuestas, se convierte en el séptimo arte, lo que Mariano Azuela fue a la novela y los Casasola a las fotografías fijas. La Revolución pudo haberse hecho igualmente sin ellos, es cierto; pero ¿qué tal la dimensión que cobró gracias a Los de Abajo, el caudal de láminas y negativos que ahora se guardan en Pachuca y a la película que Carmen Toscano, hija de Salvador, logró fabricar escogiendo de aquí y de allá, entre los muchos kilómetros de película que su padre nos legó? En efecto, gracias a Toscano, escenas fundamentales de la Revolución se vieron en su momento en todas partes, cobraron nueva vida en 1950, cuando Doña Carmen concluyó la antología fílmica que recibe el feliz nombre de Memorias de un Mexicano y, gracias a ella misma, tienen garantizada la existencia para siempre.

Si se dice que una buena foto vale lo que mil palabras ¿a cuantos millones equivaldrán las vívidas escenas de Don Porfirio celebrando a la patria, de Madero entrando a México, de Villa llorando ante su tumba, del barbado Carranza levantándose en armas, de Alvaro Obregón, primero con veinte uñas y luego sólo con quince, y tantas y tantas más? La secuencia de marras, con próceres vivos y muertos y gente común que, como ellos, vivió, sufrió y gozó de su tiempo, nos exhibe ante nosotros mismos lo que hemos sido, paso importantísimo para poder entender a fin de cuentas por qué somos así.

Bien pudo Salvador Toscano, con lo que tenía y sabía hacer, emular a tantos otros que tomaron el camino del exilio, vivieron cómodamente en el extranjero y, si acaso, volvieron cuando lo peor había pasado. Bien pudo hacer lo que tanto le gustaba: ir en pos del mundo. Pero en 1911, cuando sale de la ciudad de México para encontrarse con Madero y registrar con la cámara su marcha triunfalísima, ha escogido ya la otra opción sumergirse en las profundidades de nuestro país y, aún sin saberlo, preparar uno de los más importantes capítulos de la memoria mexicana y proporcionarnos a todos sus paisanos un instrumento muy eficiente para el fortalecimiento de nuestra identidad. De un modo, su vida hubiera carecido de trascendencia del otro, se convirtió en un sólido puntal de nuestra cultura contemporánea.

La Revolución Mexicana fue, entre muchas otras cosas, una escisión del México profundo hastiado de tanta modernidad incomprensible e inoperante y harto de verse comprimido por tantas formas de vida que, a la postre, nada o muy poco tenían que ver con toda la anchura polifacética que sigue definiendo a nuestro país. Vale la pena tenerlo presente también en estos tiempos de acelerada globalización que a veces reprimen con exceso y desaprovechan fórmulas muy propias de expresión, de vida y aun de desarrollo.

"Tengo provincia" gustaba repetir François Mauriac para explicar su modo de ver la vida y hablar de ella. Ni duda me cabe que Toscano no parece titubear en 1911 sobre el camino a seguir, básicamente porque también tenía provincia. Porque sabía que a las fiestas de su Zapotlán, tan oportunamente perpetuadas por él mismo, nada le significaban los catrines emperifollados que se lucieron en las "Fiestas del Centenario" lo mismo que a los muchos y diversos zapotlanes que Toscano conoció muy bien en su largo recorrido metro a metro por la enorme geografía nacional.

Dicho de otra manera y siguiendo con la clara alusión a Guillermo Bonfil Batalla, Toscano entendió a su modo que el "México imaginario" se había alejado en exceso del "profundo", y prefirió sumergirse en este último, simplemente por considerarlo el México que tendría que emerger y concebirse el futuro México de aquel entonces.

Cansancio, familia y otros avatares van alejando paulatinamente a Toscano de un cine cada vez más complejo, técnico y diferente de aquel trabajo artesanal que antes le había cautivado, por lo que deriva a cuidar y ordenar meticulosamente -obsesivamente también- su material fílmico y por igual tantos papeles relacionados con él, conservados en medio de tan agitado ir y venir: programas, recortes de prensa, contratos, facturas, cartas, etcétera, van encontrando un lugar donde podrán ser localizados después con relativa facilidad. Consciente a plenitud -ahora sí- , del inmenso valor que llegarían a tener, canaliza en ello su potencial que antaño lo llevó a coleccionar timbres: pero tampoco se queda quieto. Recordemos aquella pata de perro, que ahora lo lleva tras la obsesión de que México tenga más caminos y los lugares apartados y marginales mejoren su comunicación. No de balde también había corrido por todas partes.

Su ilusión, inalcanzada por supuesto, es el gran camino desde Ensenada hasta Payo Obispo -de península a península-, de ahí el entusiasmo con que trabaja en la comisión para estudiar el territorio de Quintana Roo, encabezada por su paisano Amado Aguirre, y el espléndido informe de 55 páginas, láminas y tablas, láminas y tablas que le publica en 1925 la Dirección de Estudios Geográficos y Climatológicos.

Toscano murió el 10 de abril de 1947, después de muy larga enfermedad. Hace de ello casi medio siglo, en tanto que el cine mexicano llega ahora a su primer centenario. Su salud no es mala hoy, pero habiendo alcanzado otrora altas cúspides plenas de autenticidad, ha padecido también serios descalabros regidos por la vulgar imitación. Como en todo -así lo percibió Toscano- la substancia de la legitimidad. "Al machete no le va la vaina de seda", dijo José Martí, o lo que es igual, en este caso: al que no ha usado huaraches, las correas le sacan sangre...
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Fundación Toscano IAP | México, D.F. Junio de 2005